Posted by : Lady Bellalice Blackthorn viernes, 7 de octubre de 2011

She comes to find me way too soon
And leaves me leaves me way too fast
For my heart, to be anywhere but with the moon
You know it's cold out there and it's dark
Yeah, keep playing a part
In this thing till the end
All good things have an end, oh they do…
And i wished upon a shooting star
And thought about the spaces between
Two hearts that can never ever let go
The Spaces Between – Expatriate

Capítulo 01: The Spaces Between

Intercambió una mirada con el vampiro mientras vigilaba a sus amigos desde el otro lado de la habitación. Isabelle respiraba agónicamente esperando a que la iratze surgiera efecto. Clary apoyaba su frente en el hombro de Jace, exhausta por el ejercicio mental que requería crear runas poderosas. Simon esperaba pétreo y sobrenaturalmente quieto lejos del trío. Apoyado en la pared junto a Alec. Era la primera vez que el mayor de los Lightwood se sentía menos fuera de lugar, precisamente porque alguien más compartía su situación. No es que fuera muy alentador. Y no estaba seguro de querer compañía.

Sin embargo, muchas cosas habían cambiado aquella noche. Hacía apenas cuatro meses que Valentine había desaparecido de la faz de la tierra, todos habían empezado a saborear de nuevo la sensación de estar a salvo. Si es que cazar demonios era un trabajo en el que uno podía sentirse "a salvo". Al menos, las rutinas de todos habían vuelto a su cauce. O así debía acabar la historia.

Alec escudriñó la Marca de Caín negra en la frente de Simon y luego vio a Isabelle recomponerse de sus heridas. No había vuelto a ser la misma desde Max. E intentó buscar dentro de sí mismo, porque definitivamente había algo en él que también había cambiado. No eran esa clase de cambios en esencia negativos o positivos, eran simplemente El Cambio. Aquel momento en tu vida en el que decides parar un segundo y pensar en qué está ocurriendo. Por qué está ocurriendo. A dónde nos lleva todo esto.
En algún momento de la historia, el ciclo para Clary y Jace había terminado. Evidentemente aun les quedaba mucha vida por delante, pero sus dudas y anhelos más profundos se habían visto resueltos. ¿Pero qué ocurre con los demás? Aquella historia había dejado a un mundano convertido en un monstruo, incluso los de su nueva especie renegando de él. Había dejado la existencia de Isabelle marcada por un error que probablemente nunca se perdonaría. Y a él… a él, como a los demás, le había hecho enfrentarse a sus peores pesadillas, tomar decisiones extremas y enfrentarse a los suyos para luego abandonarlo a su suerte.

Volvió a sentir la insistente mirada de Simon en su cogote y esta vez tuvo que responderle al borde de la exasperación ¿Qué quería que le dijera? ¿Qué tenían que tomar decisiones? ¿Qué tenía que ser más pronto que tarde? ¿Qué todo era una mierda? ¿Qué tenía que hablar con Magnus?

- No me hagas decirlo en voz alta, Simon.
- Ni falta que hace – no, prefería no oírlo. Daba la sensación de que todo era mucho más fácil si quedaba recluido en sus pensamientos. Como si pronunciarlo le diera veracidad.

Porque la paz no había llegado para ninguno de ellos. Habían estado tan preocupados por sus problemas adolescentes y por el foco de atención que Clay y Jace creaban que ni siquiera Alec se había dado cuenta de nada. Los Lightwood habían querido, una vez más, dejar en la ignorancia a sus hijos y seres queridos para ahorrarles ciertos acontecimientos. Excepto que ya no podían seguir manteniéndolo en secreto.

La Copa Mortal se había perdido en el Lago para siempre, ese era el principal problema que ninguno habían visto venir. Había estado perdida durante años; Jace, Isabelle y Alec habían nacido creyendo que era un mito, pero no siempre había sido así. Hubo un tiempo en el que cuando las filas de Cazadores flaqueaban, siempre había sido posible crear más de ellos. Ahora ya no era posible. También tenían la opción de reproducirse, pero el ataque a Alicante había destruido no sólo la ciudad sino la población. La mayoría habían muerto. Otros habían renunciado. Algunos habían enloquecido. Volver a crear un pueblo fuerte costaría generaciones.

Y fue entonces cuando empezaron los ataques. Las fuerzas del Ángel por fin aflojaban después de siglos de disputas y equilibrio. Alicante sólo era una sombra de lo que fue. No eran suficientes como para eliminar la amenaza demoníaca que seguía llegando aleatoriamente pero, sobre todo, no podían resistir la renovada presión de los subterráneos.

Vampiros, hadas, hombres lobo, criaturas que creían extintas, híbridos, monstruos, warlocks. Todos y cada uno de los seres que alguna vez en sus frecuentemente largas existencias había sido golpeados por el puño infalible de la Clave y su ejército de Nephilims tenían ahora ocasión de cambiar las tornas. Y lo habían hecho. Era la primera vez en todos estos siglos que ellos eran los que tenían que esconderse. Lo peor, es que algo en el interior de Alec le hacía incapaz de culparles. Y el Cambio que había convertido a Alec en lo que sería a partir de ahora había ocurrido hacía tan absurdamente poco que, de no ser por él, quizá no hubiese sido capaz de aceptar la pura verdad:
- Nos lo merecemos – murmuró con la voz desgastada.

Sintió cada una de los ojos en la biblioteca del Instituto mirarle intensamente. Levantó la cara con timidez, encontrándose con lo que ya sabía: rechazo. Cazadores de Sombras que seguían fieles a sus juramentes y a sus credos extremistas e irracionales. Pero también Simon, Clary y Isabelle, que aunque en algún momento habían querido creer que todos los ángeles eran bondadosos habían tenido que aceptar que aquella era una visión subjetiva. Y luego estaba su parabatai, que no lo era por gracia divina sino por un motivo de peso: entendía exactamente lo que pasaba por la mente de Alec en aquel preciso instante. Quid pro quo. Quizá porque ambos habían sufrido el rechazo de la Clave simplemente por ser ellos de forma genuina: el hijo de Valentine y el que había deshonrado a los Lightwood por ser diferente.

No podían culparles. Porque ambos habían sentido el impulso de derrocar, matar y hacer sufrir a cada estúpido miembro de la Clave por ser unos hijos de puta obcecados. Y ellos sólo habían descubierto la verdadera cara de su gobierno hacía poco más de medio año ¿Qué habrían sufrido los inmortales y los subterráneos que llevaban siendo perseguidos desde la llegada de los demonios? ¿Qué hacía que los demás no pudiesen verlo?

El lejano gruñido de alguna bestia abismal hizo que los muros de la catedral se tambalearan. Un bebé Nephilim rompió en llanto desconsolado. Habían sido capaces de reunir a todos los descendientes del Ángel de Norteamérica en aquellas últimas semanas. Justo cuando la Caza de Brujas había empezado. Muchos habían muerto en el viaje. Otros estaban demasiado lejos, sus padres le habían contado a él y a Isabelle que otros Institutos del país habían emigrado a Canadá o Sudamérica en busca de refugio, así que había posibilidades de que hubiesen muchos más supervivientes. Pero en el instituto de Manhattan sólo había ocho Cazadores de Sombras a parte de los Lightwood al completo y la familia de Clary. No era un número alentador.

Simon se apartó de Alec sacándole de sus oscuros pensamientos. Ya sabía que ser negativo no ayudaba a nadie, pero intentaba ser realista. El realismo salva vidas, se decía, el idealismo no. No era su culpa que la realidad estuviese tan jodida. El suave roce de unos nudillos contra los suyos volvió a sacarlo de su espiral de pesimismo, aunque tan pronto como vio a Magnus a su lado otro peso muerto cayó en su estómago.

- El portal estará abierto pronto–suspiró con cansancio-. Creo que empiezo a desarrollar vocación de taxista ¿sabes? No hago más que llevaros de aquí para allá.

- Bueno, cobras como un taxista.
- ¿Obscenamente? –los largos dedos de el warlock se entrelazaron con los suyos en un movimiento que nadie más que ellos iba a notar.
- …Si te refieres a desmesurado, sí. Si no, creo que no volveré a coger un taxi en mi vida.
La risa grave y despreocupada de Magnus le llenó por un segundo de falsas esperanzas. Por estúpido que sonase, era de esas risas que parecían nacer en la garganta o en el pecho, reverberantes y sinceras. Era como si mañana mismo fuera a ser capaz de escaparse para coger un taxi y visitar su loft en Brooklyn. Pasar la tarde siendo acosado por Chairman Meow y perdiendo el tiempo en la cama de Magnus. Aun tenía ropa y algunas de sus cosas allí, pero los acontecimientos no le habían dejado preparar mucho equipaje. Porque se iban. Se iban todos a un lugar donde lo que quedaba de la Clave – véase los Lightwood y algún alto mando más- había decidido volver a su refugio. Alicante era el único lugar en la tierra que les pertenecía. Un Idris que ahora estaba roto y que habría que levantar de nuevo.

Nunca había habido un santuario para los subterráneos. Ahora no lo había para ellos, los Institutos y las iglesias ya no eran un lugar seguro. Los Nephilim eran los nuevos subterráneos. Eran la peste; todos querían venganza y los que preferían no erradicarlos, los ignoraban para no meterse en problemas. Sólo quedaban Magnus y Simon. Y porque Simon iba a ser siempre mucho más mundano que vampiro, y no tenía otro lugar en el mundo. Pero Alec sabía que Magnus…Magnus siempre había sido y sería mucho más warlock que humano.

Alec estrechó los dedos del warlock a punto de echarlo todo por la borda. Podía pedirle que viniese con ellos, como Simon, que le acompañase. Hacer acopio de su egoísmo una vez más y arrastrarlo como durante todos aquellos meses a vivir situaciones incómodas, embarazosas y probablemente mortales.
- Cuéntame qué pasa – Magnus le molestó apretando su nariz contra la mejilla del adolescente-. Creía que habíamos quedado en que por muy poderoso y magnifico que sea (porque lo soy) no sé leer mentes.
- ¿A parte de la inminente caída de las barreras del Instituto y la sensación de poder morir de un momento a otro?
- No juegues conmigo a lo evidente, cariño.
Alec suspiró pasándose una mano por los ojos.
- No puedes venir, Magnus. Y yo no puedo quedarme.
- Siento comunicarte que no sigo órdenes de nadie y menos aun de una Clave en decadencia. Y tú tampoco deberías.
- No lo ordena la Clave. Lo elijo yo.

Y ahí estaba. El día que había estado esperando desde que llamó por primera vez al Gran Warlock de Brooklyn y tuvo que esperar cinco malditos toques para que le contestase una voz ronrroneante al otro lado. El día que los dos sabían que iba a llegar tarde o temprano. Magnus apartó la mano de su agarre suavemente.

Levantó su mirada azul para enfrentarse a la del warlock y tragó con dificultad. No era sólo eso. No era el hecho de que aun se sentía incómodo en su compañía, o que no acabase de aceptar su personalidad expansiva y extrema. O que ambos supiesen que aquello iba a terminar algún día porque a veces eran tan incompatibles que la atracción no era suficiente como para mantener una estabilidad. Que, en esencia, eran dos opuestos como lo eran el cielo y el infierno. O que Alec tuviese una dudosa capacidad empática y Magnus fuera hipersensible. Alec era una persona literal, intransigente y ordenada; Magnus era la metáfora de una metáfora en el plano de la subjetividad más caótica del cosmos. Aderezado con purpurina. Era un todo. Eran todas las pequeñas cosas que eran y que no eran. Que Alec iba a morir antes de los treinta y Magnus sería siempre joven. Le olvidaría y viviría cientos de amantes y amigos y lugares y Alec acabaría siendo un vago recuerdo. O que el sentido de hacer el bien, de implicarse en el dolor ajeno para querer evitarlo, siempre llevaría a Magnus a estar con el corazón en un puño por culpa de Alec ¿Volverá mañana? ¿Es esta la última vez que le beso?

Para el Cazador, Magnus era su maldito primer amor real, tangible. Y una persona importante que le había ayudado a descubrirse. Pero era consciente de que aquella era sólo su visión del asunto; Alec era un crío mortal y hormonal de dieciocho años y Magnus era una momia ancestral que había olvidado qué era su humanidad en muchos aspectos. Era lógico pensar que hubiese desarrollado un tonto enamoramiento por el brujo, pero no podía pedirle lo mismo a cambio. Probablemente la opinión que Magnus tenía sobre las conexiones humanas, el amor o la sexualidad eran diferentes a las suyas. Mucho más complejas.

Y ahí estaba la sensación de que a veces, por mucho que quieras a alguien, es simplemente imposible. Alec no iba a condenar a Magnus a viajar hasta el fin de la tierra para que se escondiera y olvidara sus fiestas, su libertad, su diversión, su ropa; por él. Era estúpido. No podía pedirle eso a alguien que conocía de apenas seis o siete meses. No podía pedirle eso a él, porque no estaba muy seguro de que fuera a merecerlo. O a aceptar.

Magnus le estaba devolviendo la mirada con la mandíbula apretada, entre el enfado y la resignación. Sus pupilas alargadas oscilando de tamaño para adaptarse mejor a la oscuridad del rincón donde Alec llevaba apoyado la última media hora. Alec sabía de sobras que el subterráneo estaba cansado de sus tiras y aflojas, sólo pudo responderle con una silenciosa súplica. Por favor, entiéndeme. Quiere entenderme.

- ¿A qué estamos jugando exactamente?
- No puedo pedirte que vengas, Magnus. Y yo no puedo quedarme.
Se separó de Alec en un ademán violento para volver a mirarle con dureza.
- ¿Por qué? Tú no eres como ellos.
- Claro que soy ellos ¡Es mi familia!
- Ah, ¿pero sí puedes dejarme atrás a mí?
- No te estoy dejando atrás.
- Pero no quieres quedarte.
Alec le calvó sus ojos azules con desesperación.
- No voy a condenarte a un arresto domiciliario sin fecha de caducidad por culpa de los errores de la Clave, Magnus.
- Es evidente que no voy a volver a Idris. Por muy pintoresco que sea vuestro pueblo te recuerdo que no tenéis tele por cable.
- Sí, es evidente – Alec reprimió la oleada de furia que le causó oír que la tele por cable era más importante que, probablemente, el mismo Alec.
- No te condenes a ti mismo, entonces. No tienes por qué ir, sabes que puedo darte protección.
La ligereza con la que Magnus se estaba tomando aquel asunto no le dejó estupefacto por una sola razón: estaba acostumbrado. No podía echárselo en cara. Magnus era un ser independiente y atemporal. Siempre tendría tiempo para reencontrarse con familiares, para arreglar problemas, para volver a casa, para olvidar. Pero Alec era finito.
- ¿Darme protección? ¿Crees que voy a dejar a Izzie sola? ¿Y a Jace? ¿Mis padres? ¿Puedes protegerlos a ellos?
- Comprenderán– la sombra de la duda apareció por primera vez en los ojos de Magnus.
- No, no puedes. ¿Crees que no sé qué significa? ¿Qué crees que la Clave lleva haciendo todos estos años a los Cazadores que se mezclaban con subterráneos? Ahora yo soy el subterráneo y tu eres el Cazador. Y ya no existen los Acuerdos.

Magnus reprimió los destellos azules que lamían las puntas de sus dedos aun sin contestar. Pero ya estaba todo hecho, el deber era más fuerte que el querer para Alec y siempre lo sería. En el fondo, el warlock sabía que lo que le estaba diciendo era verdad, irrebatible.

- Eres el maldito Warlock de Booklyn, todo el mundo te conoce, todo el mundo nos vio en el hall del palacio de Alicante- el moreno sintió su cara encenderse de rubor ante la mención de aquel momento, pero apretó los puños para no vacilar a causa de la vergüenza-. Si me quedo, vendrán a por los dos. No estás dispuesto a venir bajo ninguna condición ni yo a arrastrarte. Y, admitámoslo, tienes toda la eternidad por delante para olvidarte de esta noche. Tienes las de ganar.

Y terminó la discusión. Al menos, la verbal. En menos de 24 horas Alec había tenido que entender la fatalidad de los acontecimientos, hacer la maleta, dejar la mayoría de sus pertenencias en el Instituto y prepararse para no volver. Aceptar que los estaban exiliando y persiguiendo para darles caza. Aliados de los Lightwood que habían decidido darles caza. Magnus tenia los suficientes enemigos como para echarle sobre los hombros unos cientos más, y ¿por qué? ¿Por un chaval del que se había encaprichado sólo hacia unos meses? ¿Por otra página de su absurdamente larga vida? Alec sabía que no.

El círculo mágico dibujado en el centro de la sala dejó ver un resplandor que iluminó aquella noche que Alec sí que no iba a poder olvidar. Aquella amarga noche donde todo había acabado y empezado de nuevo. Necesitaban a Magnus y su portal para marcharse. Si no les ayudaba, los matarían a todos en cuanto las runas de Clary los dejasen sin protección. Pero antes de abrir el portal para ellos, agarró a Alec del cuello de su suéter y se acercó a su cara hasta que Magnus lo fue todo. Estaba esperando a que Alec reculara y reconsiderase, como si aquello sólo fuese una pelea tonta más.

Pasaron varios segundos. En las películas mundanas se habrían dicho "te quiero" y llevado un beso de despedida. Se habrían correspondido. Alguno de los dos habría cedido. Eso nunca ocurrió. En el mundo real, ambos se quedaron callados, con la respuesta a sus anhelos al borde de su lengua pero nada más. Idiotas. Silencio y más silencio. Alguien se aclaró la garganta para llamar la atención de warlock y se apartó grabándole sus ojos a fuego.

Y ya está. Así se acaba todo. Otra vez. Igual que Jace se acabó cuando llegó Clary. Y ahora se acaba Magnus porque llega una horda de subterráneos con sed de sangre. Es en esos momentos cuando te recuerdas por qué te mostrabas reticente al principio a abrirte a otra persona. Porque sabías que tarde o temprano se acabaría.

El portal se materializó con rapidez, extinguiendo con la magia de Magnus a causa del esfuerzo. Los Cazadores de Sombras que se habían refugiado en el Instituto recogieron sus escasas pertenencias y atravesaron el espejismo hasta Alicante. Al otro lado, la ciudad aparecía de día a causa de la diferencia horaria. Idris en todo su tentador resplandor. Y Alec no se sentía tentado ni una pizca.
- Ei, –notó la fría mano de Isabelle cerrarse sobre su muñeca mientras le dedicaba una sonrisa triste- vamos a casa.

Se ocupó de los últimos Nephilim que cruzaban el portal, tal y como su padre le había ordenado. Y aunque lo inteligente habría sido ignorarle y olvidarse de aquella vida que estaba a punto de abandonar, sus ojos le traicionaron. Se posaron una última vez sobre la alta y delgada figura de Magnus. Su pelo, lacio y desarreglado por culpa de haberle llamado a última hora, parecía azul por el reflejo del cielo de mediodía en Alicante. Esperaba al borde de la exasperación con los brazos cruzados sobre su pecho, ignorando adrede a Alec. Todo dramatismo y entrecejo fruncido. Se lo estaba tomando como una broma, como hacía con todo.

Quizá esperaba a que Alec se retractase en el último segundo, o quizá no se había dado cuenta de que una vez que la Clave cerrara la protección sobre Idris nadie iba a poder salir o entrar de allí. O quizá le daba igual.

Estáis a tiempo, Alec. Estás a tiempo. Dile que lo sientes. O que le buscarás. Miéntele. Ruégale. Dile que te busque. Que te espere. Que se sacrifique. Separó sus labios resecos. Díselo.
- Magnus…

Las cristaleras del Instituto se rompieron en mil pedazos en aquel preciso instante, cediendo ante la insistencia de los atacantes. Un Cazador empujó al mayor de los Lightwood hacia la salida mágica para protegerle y así fue como Alec atravesó el portal sin un adiós. Sin nada. Sólo con la última colérica mirada de Magnus al oírle decir su nombre. Y aun así, creía haber tomado la decisión correcta. Ojalá hubiese sabido explicárselo.

Y es que hasta el último instante le persiguió la incertidumbre: por mucho que Alec estuviese enamorado de aquel hombre, nunca tendría la certeza de para él fuera lo mismo. Y prefería mil veces quedarse con la duda, a averiguar que Magnus era tan realista como él y que aceptase que un mortal más no era un acontecimiento único y especial como Magnus lo era para Alec; sino un pasaje cualquiera en su historia interminable.




Fuente: Glitterology en fanfiction


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2 comentarios:

  1. Vaya! Este era el fic que estaba buscando! Estaba en Fanfiction.net, no? lo encontré allí hace tiempo, y me encantó, en serio. Pero lo he buscado ahora para volver a leerlo, y me sale un error. Parece que ha desaparecido. Puede ser? en ese caso, podrías volver a colgarlo, con todos los capítulos, hasta el 15, me parece que ibas? Gracias!

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  2. Por favor, vuélvelo a subir, no sé por qué lo eliminaron de Fanfiction,net :( era mi fanfic favorito T_T

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